16.6.10
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La muerte
El 26, fiesta de San Esteban, celebra por última vez la misa. No puede llegar al confesionario porque la multitud lo aprieta. Confiesa junto a una ventana rota, por donde se desliza el viento frío. Se siente mal. En la tarde, se desmaya. La fila de penitentes se horroriza. Se da aviso, de inmediato, a los jesuitas de Tournón, quienes acuden enseguida. También viene el Padre ecónomo del Colegio de Le Puy.Pero el fin parece inevitable y cercano. En los momentos de calma, cuando el sufrimiento parece disminuir, Juan Francisco continúa oyendo los pecados de sus hijos. En el lecho, donde está postrado, absuelve por lo menos a una veintena. El 30 de diciembre renueva su confesión general con el P. Jacques Lascombe y recibe el Santo Viático. Con devoción, dice: "Ven, Señor Jesús. No tardes. Mi corazón está preparado". Casi a la medianoche del día 31 le dice a su amigo y compañero, el Hermano Bideau: "Hermano, estoy viendo a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que me abren el paraíso". Y cuando dice las palabras de Jesús: "En tus manos encomiendo mi alma", muere con una sonrisa.
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