26.5.08

San Felipe Neri


San Felipe Neri,
a mí me cae muy bien este santo, por que es el santo del buen humor, y de un humor bien curioso... (me demoré tanto en tipear este texto que le pedí que me diera un poco de buen humor...)
1515 – 1595
Hijo de un abogado, Felipe había de trabajar como ayudante en el comercio de un rico tío suyo, para más tarde heredarlo. Pero aquel muchacho de 18 años halló poco placer en este tipo de existencia, y se abrió paso como pudo hasta Roma. Allí encontró un puesto como educador de los hijos de un funcionario de aduanas, y paralelamente estudió filosofía y teología. Pronto, sin embargo, regaló los pocos libros que tenía a otros estudiantes todavía más pobres y decidió hacerse anacoreta… en medio de Roma! no aislándose, sino mediante la independencia espiritual que deseaba adquirir prestando un servicio desinteresado al prójimo.
Pippo, como lo llamaban sus amigos, mantenía una relación especialmente íntima con el Espíritu Santo. Una vez mientras oraba, fue invadido por un éxtasis tan fervorosamente que ardía en su interior se descubrió el pecho. Pronto empezó a tiritar por todo el cuerpo y al poner la mano en el corazón sintió sobre éste una hinchazón del tamaño de un puño que ya no le abandonó, Sin embargo, no sentía dolor. Más tarde, cada vez que le invadía el temblor, la silla en donde estaba sentado o en el reclinatorio en el que estaba era violentamente agitados, como si dos manos invisibles los estuvieran moviendo. Su confesor intentaba persuadirlo para que pusiera sus aptitudes al servicio del sacerdocio. Poco antes de recibir las órdenes, se le apareció Juan Bautista, hecho que lo llevó a temblar de agitación. De ahí reconoció que no debía resistirse.
En otra visión se le aparecieron dos espíritus bienaventurados. Uno llevaba en la mano un trozo de pan seco que comía sin más ingredientes. Cuando Felipe preguntó qué significa aquello, escuchó estas palabras: “Dios quiere que vivas en medio de Roma como si estuvieras en un desierto y que te abstengas, en la medida que te sea posible, de comer carne”. Esta visión puso a Felipe absolutamente en limpio en cuanto a la profesión que había elegido, y lo llenó de una alegría interior y una claridad de espíritu que mantuvo hasta el final de su vida.
Los actos de Felipe atraían a muchas personas. Penitentes que sufrían insistentes tentaciones o temores de conciencia eran liberadas de todo ello tan pronto como él los estrechaba contra su pecho. También los enfermos recobraban de este modo la salud.
Su corazón irradiaba un calor tan intenso que en pleno invierno tenía que abrir las ventanas.
Poco a poco iban congregándose en torno a Felipe una inmensa comunidad de niños, jóvenes, artesanos, y hasta los más altos dignatarios de la política y de la iglesia, que le reconocían como guía espiritual. Le encantaba el lenguaje popular y con frecuencia llamaba a sus seguidores “bobo”, “lelo”,“palurdo”,”tontón”,“gaznápiro”, “ceporro”,o “Señora Eva”. A menudo propinaba empujones y capirotazos a personas que, por devoción, querían tocar su hábito. Cuando las mujeres se apiñaban a su alrededor, él se quitaba sus lentes y se las iba colocando una tras otras sobre la nariz. Le gustaba sobre todo agarrar a la gente por el pelo, por el mentón o por las orejas, tanto si eran conocidos o no. Con frecuencia quitaba “las tentaciones” a base de bofetadas, comentando, al hacerlo que iban dirigidas al demonio. Junto a la iglesia de santa María in Vallicella estableció la Congregación del Oratorio, una agrupación de sacerdotes; fundó allí una rica biblioteca y fomentó el estudio de la historia de la Iglesia. Fue uno de los primeros teólogos en interceder por la protección de los abimales contra la crueldad y la tortura.
En una ocasión, gente piadosa le preguntó cómo había podido alcanzar tan alto grado de santidad. “Muy sencillo”, respondió él, “al empezar cualquier cosa que hago, pienso: ¿cómo lo haría san Ignacio de Loyola? Y entonces hago justamente lo contrario.”
Cuando murió ya era considerado el nuevo apóstol de Roma, y fue declarado santo (“canonizado”: inscrito en el “canon” de los santos) en 1622. Tantos eran los milagros realizados durante su vida que llegó a extenderse la fama que siempre llevaba a cabo tres milagros distintos.
Calendario Perpetuo de los Santos, Albert Christian Sellner, Editorial Sudamericana, 1994

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